viernes, 27 de junio de 2014

El aborto, historia de una involución.

El Derecho es un campo de batalla. Las leyes, las normas, son expresión de las relaciones sociales y económicas que existen en una comunidad determinada. Y eso incluye, obviamente, las relaciones de género, los distintos y desiguales papeles que hombres y mujeres desempeñamos en la sociedad y que cristalizan en normas también desiguales.

Si señalo esto antes que ninguna otra cosa es porque en el debate sobre el aborto es bastante fácil perderse en discusiones técnicas o éticas, que sin duda tienen su importancia, pero no son lo determinante. Podemos discutir sobre si un feto es o no es una vida humana, sobre cuál es el momento a partir del cual es médicamente viable o sobre si hay que proteger los derechos futuros de ese “nasciturus”, ese no-nacido. Pero, al igual que en un convenio laboral los derechos reconocidos a los trabajadores y trabajadoras están en correlación con su lucha para conseguir esos derechos, también es el avance del conflicto, de la lucha por la igualdad, el que determina en qué términos se desarrolla el debate jurídico sobre el aborto.

Pues bien. Si el Derecho es un campo de batalla, en lo relativo al aborto es una batalla que vamos perdiendo por mucho. Porque a día de hoy estamos hablando sobre un delito. Nuestra pelea real lleva décadas estando en ampliar los supuestos y plazos en los que ese delito excepcionalmente no se castiga, aunque reivindiquemos la despenalización y el reconocimiento del derecho a decidir sobre nuestra maternidad y nuestro cuerpo.