domingo, 21 de abril de 2013

No queremos una ciudad sin ley, pero mucho menos una ciudad sin cultura.


 
Cuantas más actividades artísticas y culturales tengamos en Valladolid, mejor. Es enormemente positivo que haya un montón de gente en nuestra ciudad tocando música, pintando, haciendo teatro o fotografía, y con ganas de compartir su arte con el resto de la ciudad. Qué triste sería que la oferta cultural se limitara a los grandes circuitos, a lo que las promotoras de espectáculos y las instituciones públicas trajeran a los grandes contenedores culturales, ¿verdad? Debería ser un deseo común: que haya una actividad cultural abundante, diversa y donde lo local tenga un peso importante.

Evidentemente, los límites están claros: el descanso del vecindario y la seguridad de las personas asistentes. Ni a los locales, ni a los artistas, ni a nadie les interesa vivir en un clima de inseguridad jurídica, porque tan pronto se hace la vista gorda durante años, como de pronto se decide apretarles las tuercas.
En consecuencia, no se puede reclamar que todo vale si hay cultura de por medio. Pero tampoco es de recibo atrincherarse detrás de la ley sin pensar si esta está cumpliendo su propósito. Porque el hecho es que en nuestra ciudad se celebran cada mes decenas de actividades que no ponen en riesgo ni la seguridad ni el descanso del vecindario, pero ahora los locales o colectivos que las promueven tienen miedo de enfrentarse a sanciones o cierres.
Con la ley en la mano hay muchas cosas que no se pueden hacer, como por ejemplo proyectar cortometrajes en un bar. ¿Realmente eso genera más problemas de ruido o seguridad que la emisión de un Madrid-Barça en cientos de bares de nuestra ciudad?. Tampoco se pueden hacer representaciones teatrales ni musicales sin escenario, camerino y otros requisitos que son totalmente prescindibles para un montón de artistas que solo quieren un hueco y un rato para darse a conocer. Y que no aportan nada en términos de seguridad.
El problema es que la la Ley de Espectáculos de Castilla y León pretende abarcar una pluralidad enorme de actividades y espectáculos, con ánimo de lucro o sin él. Intentar que el mismo marco normativo sirva para un concierto de los Rolling Stones y para una exposición de cuadros en un pequeño bar es realmente complicado. Hace falta adaptar las normas para que montar una pequeña obra de teatro, ofrecer un monólogo o una actuación musical no sea una odisea para cualquier local. Porque si no, al final, restringiremos muchísimo la oferta cultural y los artistas locales tendrán muchos problemas para dar a conocer su obra.
Creo que con una excesiva rigidez nos acabaremos perdiendo ese encanto que tienen tantas otras ciudades en las que te encuentras sin esperarlo con un concierto, con proyecciones de vídeo o con gente actuando.
Por tanto, lo que propusimos en el último pleno fue muy sencillo. En primer lugar, se trata de hablar todos los agentes implicados: grupos municipales, Junta de Castilla y León, artistas, vecinos y vecinas. Y abordemos la cuestión partiendo de esos dos puntos de consenso: cuanta más actividad cultural, mejor, con los límites de seguridad y descanso.
En segundo lugar: veamos si de ese diálogo es posible adaptar la normativa a la realidad de la agenda cultural de nuestra ciudad y otras de nuestro entorno.
En tercer lugar, no nos limitemos a tolerar esta actividad. Colaboremos con artistas y locales para tener un verdadero circuito cultural, permanente durante todo el año y extendido por toda la ciudad, en espacios públicos y en locales privados. Apostemos por la cultura local, por la creación de nuestros artistas y derribemos todos los muros que sea necesario para ello. Porque así seremos una ciudad más culta, más alegre y más creativa.
Pero de nuevo, la señora Cantalapiedra, no ha entendido nada. Como siempre, se limitó a ponerse a la defensiva, y, sinceramente, es muy fatigoso proponer cosas a quien no sabe debatir sin tomarse todo como un ataque. Ni siquiera se han dignado a recibir a los grupos políticos para tratar el tema.
Es necesario centrar el debate en lo sustancial: qué modelo cultural defendemos para nuestra ciudad. ¿Queremos una ciudad en la que solo se puedan programar conciertos en dos o tres salas especializadas y en los grandes recintos públicos? Si apostamos por ello, mucha de la gente de nuestra ciudad que se dedica a la música perderá la posibilidad de ofrecerla en directo. Si, por el contrario, queremos una ciudad en la que prácticamente nos topemos con la música en cada esquina, en locales y en la calle, tendremos que ver si la normativa actual nos vale.
Por decir esto, la Concejala de Cultura me espetó que queríamos una ciudad sin ley. El problema es que confunden la ley, que es un medio, con los fines. Y si la finalidad de la ley es garantizar el descanso y la seguridad, hay muchas maneras de conciliarlo con una vida cultural muy activa. No queremos una ciudad sin ley, pero mucho menos una ciudad sin cultura.
Y por arte, por cultura, no podemos entender solo la estupenda programación del Calderón, los conciertos de grandes artistas, la Seminci, o el Teatro de Calle. Es importantísima, y más aún en estos tiempos, la cultura popular, la que se hace con pocos medios y esperando poco a cambio. Tener pocos recursos no puede equivaler a no poder acceder a la cultura, sea para poder expresarla o sea para poder disfrutar de ella.
Por ello, no debemos limitarnos a tolerar los circuitos alternativos que existen gracias a actividad de asociaciones, de algunos locales y de artistas que se han organizado por su cuenta y que han dado hueco a una cantera artística bastante interesante. Los poderes públicos nos debemos implicar para potenciar la cultura local, como un valor, una seña de identidad. Y el equipo de gobierno no lo hace más que cuando pueden controlarlo y rentabilizarlo socialmente.
El PP puso como ejemplo el Día de la Música, colgándose una medalla que no le corresponde, porque es una iniciativa que ya existía, promovida por artistas y colectivos culturales. La música en la calle se tolera en momentos puntuales y siempre y cuando pueda haber foto institucional de por medio. El resto del año, todo son trabas.
De hecho, en el último debate presupuestario se negaron a aceptar una enmienda muy modesta de IU para potenciar una programación artística local que durase todo el año y se extendiera a toda la ciudad. 100.000 euros, nada más, que les parecieron excesivos. Y sin embargo, es una minucia, pero la de cosas que se podrían hacer con ellos y con un poco de imaginación y ganas que es lo que sobra entre la gente que se dedica a la cultura en nuestra ciudad.
Vuelvo a apuntar que los problemas de ruido y de seguridad no son una cosa menor. Pero es un problema común en bares, restaurante con sótanos, etc. A veces da la sensación de que se pone menos problemas a tomar copas en un local repleto de gente que a escuchar una actuación en ese mismo establecimiento, como si el problema fuera que se hace sombra a la “cultura oficial” promovida por el equipo de gobierno. Y sin embargo, no hay competencia posible, porque la cultura llama a la cultura. El encanto de muchas ciudades europeas es esa no oficialidad, entrar en un bar y encontrar una actuación o pasear por la calle, una terraza y encontrarlo. Tanto, que muchas ciudades fijan sus esfuerzos en este tema: la cultura alternativa es un filón.
Apostemos por ello, hagamos que se conozca a Valladolid como una ciudad en la que se fomenta la libre expresión cultural, en la que el arte bulle y está por todas partes. Será desde luego una mejor carta de presentación que la fama de intolerantes que nos hemos ido ganando gracias a las ordenanzas y declaraciones inaceptables en todos estos años.






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