Cuantas
más actividades artísticas y culturales tengamos en Valladolid,
mejor. Es enormemente positivo que haya un montón de gente en
nuestra ciudad tocando música, pintando, haciendo teatro o
fotografía, y con ganas de compartir su arte con el resto de la
ciudad. Qué triste sería que la oferta cultural se limitara a los
grandes circuitos, a lo que las promotoras de espectáculos y las
instituciones públicas trajeran a los grandes contenedores
culturales, ¿verdad? Debería ser un deseo común: que haya
una actividad cultural abundante, diversa y donde lo local tenga un
peso importante.
Evidentemente, los límites
están claros: el descanso del vecindario y la seguridad de las
personas asistentes. Ni a los locales, ni a los artistas, ni a nadie
les interesa vivir en un clima de inseguridad jurídica, porque tan
pronto se hace la vista gorda durante años, como de pronto se decide
apretarles las tuercas.
En
consecuencia, no se puede reclamar que todo vale si hay cultura de
por medio. Pero tampoco es de recibo atrincherarse detrás de la ley
sin pensar si esta está cumpliendo su propósito. Porque el hecho es
que en nuestra ciudad se celebran cada mes decenas de actividades que
no ponen en riesgo ni la seguridad ni el descanso del vecindario,
pero ahora los locales o colectivos que las promueven tienen miedo de
enfrentarse a sanciones o cierres.
Con
la ley en la mano hay muchas cosas que no se pueden hacer, como por
ejemplo proyectar cortometrajes en un bar. ¿Realmente eso genera más
problemas de ruido o seguridad que la emisión de un Madrid-Barça en
cientos de bares de nuestra ciudad?. Tampoco se pueden hacer
representaciones teatrales ni musicales sin escenario, camerino y
otros requisitos que son totalmente prescindibles para un montón de
artistas que solo quieren un hueco y un rato para darse a conocer. Y
que no aportan nada en términos de seguridad.
El
problema es que la la Ley de Espectáculos de Castilla y León
pretende abarcar una pluralidad enorme de actividades y espectáculos,
con ánimo de lucro o sin él. Intentar que el mismo marco normativo
sirva para un concierto de los Rolling Stones y para una exposición
de cuadros en un pequeño bar es realmente complicado. Hace falta
adaptar las normas para que montar una pequeña obra de teatro,
ofrecer un monólogo o una actuación musical no sea una odisea para
cualquier local. Porque si no, al final, restringiremos muchísimo la
oferta cultural y los artistas locales tendrán muchos problemas para
dar a conocer su obra.
Creo
que con una excesiva rigidez nos acabaremos perdiendo ese encanto que
tienen tantas otras ciudades en las que te encuentras sin esperarlo
con un concierto, con proyecciones de vídeo o con gente actuando.
Por
tanto, lo que propusimos en el último pleno fue muy sencillo. En primer lugar, se trata de hablar todos los agentes implicados: grupos municipales, Junta de
Castilla y León, artistas, vecinos y vecinas. Y abordemos la
cuestión partiendo de esos dos puntos de consenso: cuanta más
actividad cultural, mejor, con los límites de seguridad y descanso.
En
segundo lugar: veamos si de ese diálogo es posible adaptar la
normativa a la realidad de la agenda cultural de nuestra ciudad y
otras de nuestro entorno.
En tercer lugar, no nos limitemos a tolerar esta actividad.
Colaboremos con artistas y locales para tener un verdadero circuito
cultural, permanente durante todo el año y extendido por toda la
ciudad, en espacios públicos y en locales privados. Apostemos por la
cultura local, por la creación de nuestros artistas y derribemos
todos los muros que sea necesario para ello. Porque así seremos una
ciudad más culta, más alegre y más creativa.
Pero de
nuevo, la señora Cantalapiedra, no ha entendido nada. Como siempre, se
limitó a ponerse a la defensiva, y,
sinceramente, es muy fatigoso proponer cosas a quien no sabe debatir
sin tomarse todo como un ataque. Ni siquiera se han dignado a
recibir a los grupos políticos para tratar el tema.
Es necesario centrar el
debate en lo sustancial: qué modelo cultural defendemos para nuestra
ciudad. ¿Queremos una ciudad en la que solo se puedan programar
conciertos en dos o tres salas especializadas y en los grandes
recintos públicos? Si apostamos por ello, mucha de la gente de
nuestra ciudad que se dedica a la música perderá la posibilidad de
ofrecerla en directo. Si, por el contrario, queremos una ciudad en la
que prácticamente nos topemos con la música en cada esquina, en
locales y en la calle, tendremos que ver si la normativa actual nos
vale.
Por
decir esto, la Concejala de Cultura me espetó que queríamos
una ciudad sin ley. El problema es que confunden la ley, que es un
medio, con los fines. Y si la finalidad de la ley es garantizar el
descanso y la seguridad, hay muchas maneras de conciliarlo con una
vida cultural muy activa. No queremos una ciudad sin ley, pero mucho
menos una ciudad sin cultura.
Y
por arte, por cultura, no podemos entender solo la estupenda programación del
Calderón, los conciertos de grandes artistas, la Seminci, o el
Teatro de Calle. Es importantísima, y más aún en estos tiempos, la
cultura popular, la que se hace con pocos medios y esperando poco a
cambio. Tener pocos recursos no puede equivaler a no poder acceder a
la cultura, sea para poder expresarla o sea para poder disfrutar de
ella.
Por
ello, no debemos limitarnos a tolerar los circuitos alternativos que
existen gracias a actividad de asociaciones, de algunos locales y de
artistas que se han organizado por su cuenta y que han dado hueco a
una cantera artística bastante interesante. Los poderes públicos
nos debemos implicar para potenciar la cultura local, como un valor,
una seña de identidad. Y el equipo de gobierno no lo hace más que cuando pueden
controlarlo y rentabilizarlo socialmente.
El PP puso como ejemplo el Día de la Música, colgándose una
medalla que no le corresponde, porque es una iniciativa que ya
existía, promovida por artistas y colectivos culturales. La música
en la calle se tolera en momentos puntuales y siempre y cuando pueda
haber foto institucional de por medio. El resto del año, todo son
trabas.
De
hecho, en el último debate presupuestario se negaron a
aceptar una enmienda muy modesta de IU para potenciar una
programación artística local que durase todo el año y se
extendiera a toda la ciudad. 100.000 euros, nada más, que les parecieron excesivos. Y sin embargo, es una minucia, pero la de
cosas que se podrían hacer con ellos y con un poco de imaginación y
ganas que es lo que sobra entre la gente que se dedica a la cultura
en nuestra ciudad.
Vuelvo a apuntar que los problemas de ruido y de seguridad no son una cosa
menor. Pero es un problema común en bares, restaurante con sótanos,
etc. A veces da la sensación de que se pone menos problemas a tomar
copas en un local repleto de gente que a escuchar una actuación en
ese mismo establecimiento, como si el problema fuera que se hace
sombra a la “cultura oficial” promovida por el equipo de
gobierno. Y sin embargo, no hay competencia posible, porque la
cultura llama a la cultura. El encanto de muchas ciudades europeas es
esa no oficialidad, entrar en un bar y encontrar una actuación o
pasear por la calle, una terraza y encontrarlo. Tanto, que muchas
ciudades fijan sus esfuerzos en este tema: la cultura alternativa es
un filón.
Apostemos
por ello, hagamos que se conozca a Valladolid como una ciudad en la
que se fomenta la libre expresión cultural, en la que el arte bulle
y está por todas partes. Será desde luego una mejor carta de
presentación que la fama de intolerantes que nos hemos ido ganando
gracias a las ordenanzas y declaraciones inaceptables en todos estos años.
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